Capítulo 17
No OBSTANTE haber renunciado al romanismo, los
reformadores ingleses conservaron muchas de sus formas. De manera que aunque
habían rechazado la autoridad y el credo de Roma, no pocas de sus costumbres y
ceremonias se incorporaron en el ritual de la iglesia anglicana. Se aseveraba
que estas cosas no eran asuntos de conciencia; que por más que no estaban
ordenadas en las Santas Escrituras, y por lo mismo no eran necesarias, sin
embargo como tampoco estaban prohibidas no eran intrínsecamente malas. Por la
observancia de esas prácticas se hacía menos notable la diferencia que separaba
de Roma a las iglesias reformadas y se procuraba a la vez promover con más
esperanzas de éxito la aceptación del protestantismo entre los romanistas.
Para los conservadores y los partidarios de
las transigencias, estos argumentos eran decisivos. Empero había otros que no
pensaban así. El mero hecho de que semejantes prácticas "tendían a colmar
la sima existente entre Roma y la Reforma" (Martyn, tomo 5, pág. 22), era
para ellos argumento terminante contra la conservación de las mismas. Las
consideraban como símbolos de la esclavitud de que habían sido libertados y a la
cual no tenían ganas de volver. Argüían que en su Palabra Dios tiene
establecidas reglas para su culto y que los hombres no tienen derecho para
quitar ni añadir otras. El comienzo de la gran apostasía consistió precisamente
en que se quiso suplir la autoridad de Dios con la de la iglesia. Roma empezó
por ordenar cosas que Dios no había prohibido, y acabó por prohibir lo que él
había ordenado explícitamente.
Muchos deseaban ardientemente volver a la
pureza y sencillez que caracterizaban a la iglesia primitiva. Consideraban [334] muchas de las costumbres arraigadas en la
iglesia anglicana como monumentos de idolatría y no podían en conciencia unirse
a dicha iglesia en su culto; pero como la iglesia estaba sostenida por el poder
civil no consentía que nadie sustentara opiniones diferentes en asunto de
formas. La asistencia a los cultos era requerida por la ley, y no podían
celebrarse sin licencia asambleas religiosas de otra naturaleza, so pena
de prisión, destierro o muerte.
A principios del siglo XVII el monarca que
acababa de subir al trono de Inglaterra declaró que estaba resuelto a hacer que
los puritanos "se conformaran, o de lo contrario . . . que fueran
expulsados del país, o tratados todavía peor.' —Jorge Bancroft, History of the
United States of America, parte 1, cap. 12. Acechados, perseguidos, apresados,
no esperaban mejores días para lo por venir y muchos se convencieron de que
para los que deseaban servir a Dios según el dictado de su conciencia,
"Inglaterra había dejado de ser lugar habitable." — J.G. Palfrey,
History of New England, cap. 3. Algunos decidieron refugiarse en Holanda. A fin
de lograrlo tuvieron que sufrir pérdidas, cárceles y mil dificultades.
Frustrábanse sus planes y eran entregados en manos de sus enemigos. Pero al fin
triunfó su firme perseverancia y encontraron refugio en las playas
hospitalarias de la República Holandesa.
En su fuga habían tenido que abandonar sus
casas, sus bienes y sus medios de subsistencia. Eran forasteros en tierra
extraña, entre gente de costumbres y de lengua diferentes de las de ellos. Se
vieron obligados a ocuparse en trabajos desconocidos hasta entonces para ellos,
a fin de ganarse el pan de cada día. Hombres de mediana edad que se habían
ocupado durante toda su vida en labrar la tierra, se vieron en la necesidad de
aprender oficios mecánicos. Pero se acomodaron animosamente a la situación y no
perdieron tiempo en la ociosidad ni en quejas inútiles. Aunque afectados a
menudo por la pobreza, daban gracias a Dios por las bendiciones que les
concedía y se regocijaban de poder tener comunión espiritual sin que se les [335] molestara. "Comprendían que eran
peregrinos y no se preocupaban mucho por aquellas cosas; sino que levantaban la
vista al cielo, su anhelada patria, y serenaban su espíritu." — Bancroft,
parte 1, cap. 12.
Aunque vivían en el destierro y en medio de
contratiempos, crecían su amor y su fe; confiaban en las promesas del Señor, el
cual no los olvidó en el tiempo de la prueba. Sus ángeles estaban a su lado
para animarlos y sostenerlos. Y cuando les pareció ver la mano de Dios
señalándoles hacia más allá del mar una tierra en donde podrían fundar un
estado, y dejar a sus hijos el precioso legado de la libertad religiosa,
avanzaron sin miedo por el camino que la Providencia les indicaba.
Dios había permitido que viniesen pruebas
sobre su pueblo con el fin de habilitarlo para la realización de los planes
misericordiosos que él tenía preparados para ellos. La iglesia había sido
humillada para ser después ensalzada. Dios iba a manifestar su poder en ella e
iba a dar al mundo otra prueba de que él no abandona a los que en él confían.
El había predominado sobre los acontecimientos para conseguir que la ira de
Satanás y la conspiración de los malvados redundasen para su gloria y llevaran
a su pueblo a un lugar seguro. La persecución y el destierro abrieron el camino
de la libertad.
En cuanto se vieron obligados a separarse de
la iglesia anglicana, los puritanos se unieron en solemne pacto como pueblo
libre del Señor para "andar juntos en todos sus caminos que les había
hecho conocer, o en los que él les notificase." — J. Brown, The Pilgrim
Fathers, pág. 74. En esto se manifestaba el verdadero espíritu de la Reforma,
el principio esencial del protestantismo. Con ese fin partieron los peregrinos
de Holanda en busca de un hogar en el Nuevo Mundo. Juan Robinson, su pastor, a
quien la Providencia impidió que les acompañase, díjoles en su discurso de
despedida:
"Hermanos: Dentro de muy poco tiempo
vamos a separarnos y sólo el Señor sabe si viviré para volver a ver vuestros
rostros; pero sea cual fuere lo que el Señor disponga, yo os [336] encomiendo a él y os exhorto ante Dios y
sus santos ángeles a que no me sigáis más allá de lo que yo he seguido a
Cristo. Si Dios quiere revelaros algo por medio de alguno de sus instrumentos,
estad prontos a recibirlo como lo estuvisteis para recibir la verdad por medio
de mi ministerio; pues seguro estoy de que el Señor tiene más verdades y más
luces que sacar de su Santa Palabra." —Martyn, tomo 5, pág. 70.
"Por mi parte, no puedo deplorar lo
bastante la triste condición de las iglesias reformadas que han llegado a un
punto final en religión, y no quieren ir más allá de lo que fueron los
promotores de su reforma. No se puede hacer ir a los luteranos más allá de lo
que Lutero vio; . . . y a los calvinistas ya los veis manteniéndose con
tenacidad en el punto en que los dejó el gran siervo de Dios que no lo logró
ver todo. Es ésta una desgracia por demás digna de lamentar, pues por más que
en su tiempo fueron luces que ardieron y brillaron, no llegaron a penetrar
todos los planes de Dios, y si vivieran hoy estarían tan dispuestos a recibir
la luz adicional como lo estuvieron para aceptar la primera que les fue
dispensada." —D. Neal, History of the Puritans, tomo 1, pág. 269.
"Recordad el pacto de vuestra iglesia, en
el que os comprometisteis a andar en todos los caminos que el Señor os ha dado
u os diere a conocer. Recordad vuestra promesa y el pacto que hicisteis con
Dios y unos con otros, de recibir cualquier verdad y luz que se os muestre en
su Palabra escrita. Pero, con todo, tened cuidado, os ruego, de ver qué es lo
que aceptáis como verdad. Examinadlo, consideradlo, y comparadlo con otros
pasajes de las Escrituras de verdad antes de aceptarlo; porque no es posible
que el mundo cristiano, salido hace poco de tan densas tinieblas
anticristianas, pueda llegar en seguida a un conocimiento perfecto en todas las
cosas." —Martyn, tomo 5, págs. 70, 71.
El deseo de tener libertad de conciencia fue
lo que dio valor a los peregrinos para exponerse a los peligros de un viaje a
través del mar, para soportar las privaciones y riesgos de las [337] soledades selváticas y con la ayuda de Dios
echar los cimientos de una gran nación en las playas de América. Y sin embargo,
aunque eran honrados y temerosos de Dios, los peregrinos no comprendieron el
gran principio de la libertad religiosa, y aquella libertad por cuya
consecución se impusieran tantos sacrificios, no estuvieron dispuestos a
concederla a otros. "Muy pocos aun entre los más distinguidos pensadores y
moralistas del siglo XVII tuvieron un concepto justo de ese gran principio,
esencia del Nuevo Testamento, que reconoce a Dios como único juez de la fe
humana." —Id., pág. 297. La doctrina que sostiene que Dios concedió a la
iglesia el derecho de regir la conciencia y de definir y castigar la herejía,
es uno de los errores papales más arraigados. A la vez que los reformadores
rechazaban el credo de Roma, no estaban ellos mismos libres por completo del
espíritu de intolerancia de ella. Las densas tinieblas en que, al través de los
interminables siglos de su dominio, el papado había envuelto a la cristiandad,
no se habían disipado del todo. En cierta ocasión dijo uno de los principales
ministros de la colonia de la Bahía de Massachusetts: "La tolerancia fue
la que hizo anticristiano al mundo. La iglesia no se perjudica jamás castigando
a los herejes." —Id., pág. 335. Los colonos acordaron que solamente los
miembros de la iglesia tendrían voz en el gobierno civil. Organizóse una
especie de iglesia de estado, en la cual todos debían contribuir para el sostén
del ministerio, y los magistrados tenían amplios poderes para suprimir la
herejía. De esa manera el poder secular quedaba en manos de la iglesia, y no se
hizo esperar mucho el resultado inevitable de semejantes medidas: la
persecución.
Once años después de haber sido fundada la
primera colonia, llegó Rogelio Williams al Nuevo Mundo. Como los primeros
peregrinos, vino para disfrutar de libertad religiosa, pero de ellos se
diferenciaba en que él vio lo que pocos de sus contemporáneos habían visto, a
saber que esa libertad es derecho inalienable de todos, cualquiera que fuere su
credo. Investigó diligentemente la verdad, pensando, como Robinson, [338] que no era posible que hubiese sido
recibida ya toda la luz que de la Palabra de Dios dimana. Williams "fue la
primera persona del cristianismo moderno que estableció el gobierno civil de
acuerdo con la doctrina de la libertad de conciencia, y la igualdad de
opiniones ante la ley." —Bancroft, parte 1, cap. 15. Sostuvo que era deber
de los magistrados restringir el crimen mas nunca regir la conciencia. Decía:
"El público o los magistrados pueden fallar en lo que atañe a lo que los
hombres se deben unos a otros, pero cuando tratan de señalar a los hombres las
obligaciones para con Dios, obran fuera de su lugar y no puede haber seguridad
alguna, pues resulta claro que si el magistrado tiene tal facultad, bien puede
decretar hoy una opinión y mañana otra contraria, tal como lo hicieron en
Inglaterra varios reyes y reinas, y en la iglesia romana los papas y los
concilios, a tal extremo que la religión se ha convertido en una completa
confusión." —Martyn, tomo 5, pág. 340.
La asistencia a los cultos de la iglesia
establecida era obligatoria so pena de multa o de encarcelamiento.
"Williams reprobó tal ley; la peor cláusula del código inglés era aquella
en la que se obligaba a todos a asistir a la iglesia parroquial. Consideraba él
que obligar a hombres de diferente credo a unirse entre sí, era una flagrante
violación de los derechos naturales del hombre; forzar a concurrir a los cultos
públicos a los irreligiosos e indiferentes era tan sólo exigirles que fueran
hipócritas.... 'Ninguno —decía él— debe ser obligado a practicar ni a sostener
un culto contra su consentimiento.' '¡Cómo! —replicaban sus antagonistas,
espantados de los principios expresados por Williams,— ¿ no es el obrero digno
de su salario ? ' 'Sí —respondía él,— cuando ese salario se lo dan los que
quieren ocuparle.' " —Bancroft, parte 1, cap. 15.
Rogelio Williams era respetado y querido como
ministro fiel, como hombre de raras dotes, de intachable integridad y sincera
benevolencia. Sin embargo, su actitud resuelta al negar que los magistrados
civiles tuviesen autoridad sobre la iglesia y al exigir libertad religiosa, no
podía ser tolerada. Se creía que [339]
la aplicación de semejante nueva doctrina, "alteraría el fundamento del
estado y el gobierno del país." —Ibid. Le sentenciaron a ser desterrado de
las colonias y finalmente, para evitar que le arrestasen, se vio en la
necesidad de huir en medio de los rigores de un crudo invierno, y se refugió en
las selvas vírgenes.
"Durante catorce semanas —cuenta él,—
anduve vagando en medio de la inclemencia del invierno, careciendo en absoluto
de pan y de cama." Pero "los cuervos me alimentaron en el
desierto," y el hueco de un árbol le servía frecuentemente de albergue.
(Martyn, tomo 5, págs. 349, 350.) Así prosiguió su penosa huída por entre la
nieve y los bosques casi inaccesibles, hasta que encontró refugio en una tribu
de indios cuya confianza y afecto se había ganado esforzándose por darles a
conocer las verdades del Evangelio.
Después de varios meses de vida errante llegó
al fin a orillas de la bahía de Narragansett, donde echó los cimientos del
primer estado de los tiempos modernos que reconoció en el pleno sentido de la
palabra los derechos de la libertad religiosa. El principio fundamental de la
colonia de Rogelio Williams, era "que cada hombre debía tener libertad
para adorar a Dios según el dictado de su propia conciencia." —Id., pág.
354. Su pequeño estado, Rhode Island, vino a ser un lugar de refugio para los
oprimidos, y siguió creciendo y prosperando hasta que su principio fundamental
—la libertad civil y religiosa— llegó a ser la piedra angular de la república
americana de los Estados Unidos.
En el antiguo documento que nuestros
antepasados expidieron como su carta de derechos —la Declaración de
Independencia— declaraban lo siguiente: "Sostenemos como evidentes estas
verdades, a saber, que todos los hombres han sido creados iguales, que han sido
investidos por su Creador con ciertos derechos inalienables; que entre éstos
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad." Y la
Constitución garantiza en los términos más explícitos, la inviolabilidad de la
conciencia: "No se exigirá examen alguno religioso como calificación [340] para obtener un puesto público de confianza
en los Estados Unidos." "El Congreso no dictará leyes para establecer
una religión ni para estorbar el libre ejercicio de ella."
"Los que formularon la Constitución
reconocieron el principio eterno de que la relación del hombre con Dios se
halla por sobre toda legislación humana y que los derechos de la conciencia son
inalienables. No se necesitaba argumentar para establecer esta verdad; pues la
sentimos en nuestro mismo corazón. Fue este sentimiento el que, desafiando
leyes humanas, sostuvo a tantos mártires en tormentos y llamas. Reconocían que
su deber para con Dios era superior a los decretos de los hombres y que nadie
podía ejercer autoridad sobre sus conciencias. Es un principio innato que nada
puede desarraigar." —Congressional Documents (E.U.A.), serie No. 200,
documento No. 271.
Cuando circuló por los países de Europa la
noticia de que había una tierra donde cada hombre podía disfrutar del producto
de su trabajo y obedecer a las convicciones de su conciencia, millares se
apresuraron a venir al Nuevo Mundo. Las colonias se multiplicaron con rapidez.
"Por una ley especial, Massachusetts ofreció bienvenida y ayuda, a costa
del pueblo, a todos los cristianos de cualquiera nacionalidad que pudieran huir
al través del Atlántico 'para escapar de las guerras, del hambre y de la
opresión de sus perseguidores.' De esa manera los fugitivos y oprimidos eran,
por la ley, considerados como huéspedes de la comunidad." —Martyn, tomo 5,
pág. 417. A
los veinte años de haberse efectuado el primer desembarco en Plymouth, había ya
establecidos en Nueva Inglaterra otros tantos miles de peregrinos.
Con el fin de asegurar lo que buscaban,
"se contentaban con ganar apenas su subsistencia y se acomodaban a una
vida de frugalidad y de trabajo. No pedían de aquel suelo sino la justa
retribución de su propio trabajo. Ninguna visión de oro venía a engañarles en
su camino.... Se conformaban con el progreso lento pero firme de su estado
social. Soportaban [341] pacientemente
las privaciones de la vida rústica, y regaron con sus lágrimas y con el sudor
de su frente el árbol de la libertad, hasta verlo echar profundas raíces en la
tierra."
La Biblia era considerada como la base de la
fe, la fuente de la sabiduría y la carta magna de la libertad. Sus principios
se enseñaban cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias,
y sus frutos se hicieron manifiestos, en lo que se ganó en inteligencia, en
pureza y en templanza. Podíase vivir por años entre los puritanos "sin ver
un borracho, ni oír una blasfemia ni encontrar un mendigo." —Bancroft,
parte 1, cap. 19. Quedaba demostrado que los principios de la Biblia son las
más eficaces salvaguardias de la grandeza nacional. Las colonias débiles y
aisladas vinieron a convertirse pronto en una confederación de estados
poderosos, y el mundo pudo fijarse admirado en la paz y prosperidad de una
"iglesia sin papa y de un estado sin rey."
Pero un número siempre creciente de
inmigrantes arribaba a las playas de América, atraído e impulsado por motivos
muy distintos de los que alentaran a los primeros peregrinos. Si bien la fe
primitiva y la pureza ejercían amplia influencia y poder subyugador, estas
virtudes se iban debilitando más y más cada día en la misma proporción en que
iba en aumento el número de los que llegaban guiados tan sólo por la esperanza
de ventajas terrenales.
La medida adoptada por los primitivos colonos
de no conceder voz ni voto ni tampoco empleo alguno en el gobierno civil sino a
los miembros de la iglesia, produjo resultados perniciosos. Dicha medida había
sido tomada para conservar la pureza del estado, pero dio al fin por resultado
la corrupción de la iglesia. Siendo indispensable profesar la religión para
poder tomar parte en la votación o para desempeñar un puesto público, muchos se
unían a la iglesia tan sólo por motivos de conveniencia mundana y de intrigas
políticas, sin experimentar un cambio de corazón. Así llegaron las iglesias a
componerse en considerable proporción de gente no convertida, y en [342] el ministerio mismo había quienes no sólo
erraban en la doctrina, sino que ignoraban el poder regenerador del Espíritu
Santo. De este modo quedó otra vez demostrado el mal resultado que tan a menudo
comprobamos en la historia de la iglesia desde el tiempo de Constantino hasta
hoy, y que da el pretender fundar la iglesia valiéndose de la ayuda del estado,
y el apelar al poder secular para el sostenimiento del Evangelio de Aquel que
dijo: "Mi reino no es de este mundo." (Juan 18: 36.) El consorcio de
la iglesia con el estado, por muy poco estrecho que sea, puede en apariencia
acercar el mundo a la iglesia, mientras que en realidad es la iglesia la que se
acerca al mundo.
El gran principio que defendieron tan
noblemente Robinson y Rogelio Williams, de que la verdad es progresiva, y de
que los cristianos deberían estar prontos para aceptar toda la luz que proceda
de la santa Palabra de Dios, lo perdieron de vista sus descendientes. Las
iglesias protestantes de América —lo
mismo que las de Europa— tan favorecidas al recibir las bendiciones de la
Reforma, dejaron de avanzar en el camino que ella les había trazado. Si bien es
verdad que de tiempo en tiempo surgieron hombres fieles que proclamaron nuevas
verdades y denunciaron el error tanto tiempo acariciado, la mayoría, como los
judíos en el tiempo de Cristo, o como los papistas en el de Lutero, se
contentaba con creer lo que sus padres habían creído, y con vivir como ellos
habían vivido. De consiguiente la religión degeneró de nuevo en formalismo; y
los errores y las supersticiones que hubieran podido desaparecer de haber
seguido la iglesia avanzando en la luz de la Palabra de Dios, se conservaron y
siguieron practicándose. De este modo, el espíritu inspirado por la Reforma
murió paulatinamente, hasta que llegó a sentirse la necesidad de una reforma en
las iglesias protestantes tanto como se necesitara en la iglesia romana en
tiempo de Lutero. Se notaba el mismo estupor espiritual y la misma
mundanalidad, la misma reverencia hacia las opiniones de los hombres, y la
substitución de teorías [343] humanas en
lugar de las enseñanzas de la Palabra de Dios.
La vasta circulación que alcanzó la Biblia en
los comienzos del siglo XIX, y la abundante luz que de esa manera se esparció
por todo el mundo, no fue seguida por el adelanto correspondiente en el
conocimiento de la verdad revelada, ni en la religión experimental. Satanás no
pudo, como en las edades pasadas, quitarle al pueblo la Palabra de Dios, que
había sido puesta al alcance de todos; pero para poder alcanzar su objeto
indujo a muchos a tenerla en poca estima. Los hombres descuidaron el estudio de
las Sagradas Escrituras y siguieron aceptando interpretaciones torcidas y
falsas y conservando doctrinas que no tenían fundamento alguno en la Biblia.
Viendo el fracaso de sus esfuerzos para
destruir la verdad por medio de la persecución, Satanás había recurrido de
nuevo al plan de transigencias que condujo a la apostasía y a la formación de
la iglesia de Roma. Había inducido a los cristianos a que se aliasen, no con
los paganos, sino con aquellos que por su devoción a las cosas de este mundo
demostraban ser tan idólatras como los mismos adoradores de imágenes. Y los
resultados de esta unión no fueron menos perniciosos entonces que en épocas
anteriores; el orgullo y el despilfarro fueron fomentados bajo el disfraz de la
religión, y se corrompieron las iglesias. Satanás siguió pervirtiendo las
doctrinas de la Biblia, y empezaron a echar profundas raíces las tradiciones que
iban a perder a millones de almas. La iglesia amparaba y defendía estas
tradiciones, en lugar de defender "la fe que una vez fue entregada a los
santos." Así se degradaron los principios que los reformadores sustentaron
y por los cuales sufrieran tanto. [344]
ofu� j a e �� �/� [298] habían tragado ya. Los ingleses se pusieron
a gritar desaforadamente. Los alemanes siguieron cantando con serenidad. Más
tarde, pregunté a uno de ellos: '¿No tuvisteis miedo?' Y me dijo: 'No; gracias
a Dios.' Volví a preguntarle: '¿No tenían temor las mujeres y los niños?' Y me
contestó con calma: 'No; nuestras mujeres y nuestros niños no tienen miedo de
morir.' " —Whitehead, op. cit., pág. 10.
Al arribar a Savannah vivió Wesley algún
tiempo con los moravos y quedó muy impresionado por su comportamiento
cristiano. Refiriéndose a uno de sus servicios religiosos que contrastaba
notablemente con el formalismo sin vida de la iglesia anglicana, dijo: "La
gran sencillez y solemnidad del acto entero casi me hicieron olvidar los
diecisiete siglos transcurridos, y me parecía estar en una de las asambleas
donde no había fórmulas ni jerarquía, sino donde presidía Pablo, el tejedor de
tiendas, o Pedro, el pescador, y donde se manifestaba el poder del Espíritu."
—Id., págs. 11, 12.
Al regresar a Inglaterra, Wesley, bajo la
dirección de un predicador moravo llegó a una inteligencia más clara de la fe
bíblica. Llegó al convencimiento de que debía renunciar por completo a depender
de sus propias obras para la salvación, y confiar plenamente en el
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." En una reunión de
la sociedad morava, en Londres, se leyó una declaración de Lutero que describía
el cambio que obra el Espíritu de Dios en el corazón del creyente. Al escucharlo
Wesley, se encendió la fe en su alma. "Sentí —dice— calentarse mi corazón
de un modo extraño." "Sentí entrar en mí la confianza en Cristo y en
Cristo solo, para mi salvación; y fuéme dada plena seguridad de que había
quitado mis pecados, sí, los míos, y de que me había librado a mí de la ley del
pecado y de la muerte." —Id., pág. 52.
Durante largos años de arduo y enojoso
trabajo, de rigurosa abnegación, de censuras y de humillación, Wesley se había
sostenido firme en su propósito de buscar a Dios. Al fin le encontró y comprobó
que la gracia que se había empeñado en [299]
ganar por medio de oraciones y ayunos, de limosnas y sacrificios, era un don
"sin dinero y sin precio." Una
vez afirmado en la fe de Cristo, ardió su alma en deseos de esparcir por todas
partes el conocimiento del glorioso Evangelio de la libre gracia de Dios.
"Considero el mundo entero como mi parroquia —decía él,— y dondequiera que
esté, encuentro oportuno, justo y de mi deber declarar a todos los que quieran
oírlas, las alegres nuevas de la salvación." — Id., pág 74
Siguió llevando una vida de abnegación y
rigor, ya no como base sino como resultado de la fe; no como raíz sino como
fruto de la santidad. La gracia de Dios en Cristo es el fundamento de la
esperanza del cristiano, y dicha gracia debe manifestarse en la obediencia.
Wesley consagró su vida a predicar las grandes verdades que había recibido: la
justificación por medio de la fe en la sangre expiatoria de Cristo, y el poder
regenerador del Espíritu Santo en el corazón, que lleva fruto en una vida
conforme al ejemplo de Cristo.
Whitefield y los Wesley habían sido preparados
para su obra por medio de un profundo sentimiento de su propia perdición; y
para poder sobrellevar duras pruebas como buenos soldados de Jesucristo, se
habían visto sometidos a una larga serie de escarnios, burlas y persecución,
tanto en la universidad, como al entrar en el ministerio. Ellos y otros pocos
que simpatizaban con ellos fueron llamados despectivamente
"metodistas" por sus condiscípulos incrédulos, pero en la actualidad
el apodo es considerado como honroso por una de las mayores denominaciones de
Inglaterra y América.
Como miembros de la iglesia de Inglaterra
estaban muy apegados a sus formas de culto, pero el Señor les había señalado en
su Palabra un modelo más perfecto. El Espíritu Santo les constriñó a predicar a
Cristo y a éste crucificado. El poder del Altísimo acompañó sus labores.
Millares fueron convencidos y verdaderamente convertidos. Había que proteger de
los lobos rapaces a estas ovejas. Wesley no había pensado [300] formar una nueva denominación, pero
organizó a los convertidos en lo que se llamó en aquel entonces la Unión
Metodista.
Misteriosa y ruda fue la oposición que estos
predicadores encontraron por parte de la iglesia establecida; y sin embargo,
Dios, en su sabiduría, ordenó las cosas de modo que la reforma se inició dentro
de la misma iglesia. Si hubiera venido por completo de afuera, no habría podido
penetrar donde tanto se necesitaba Pero como los predicadores del reavivamiento
eran eclesiásticos, y trabajaban dentro del jirón de la iglesia dondequiera que
encontraban oportunidad para ello, la verdad entró donde las puertas hubieran
de otro modo quedado cerradas. Algunos de los clérigos despertaron de su sopor
y se convirtieron en predicadores activos de sus parroquias. Iglesias que
habían sido petrificadas por el formalismo fueron de pronto devueltas a la
vida.
En los tiempos de Wesley, como en todas las
épocas de la historia de la iglesia, hubo hombres dotados de diferentes dones que
hicieron cada uno la obra que les fuera señalada. No estuvieron de acuerdo en
todos los puntos de doctrina, pero todos fueron guiados por el Espíritu de Dios
y unidos en el absorbente propósito de ganar almas para Cristo. Las diferencias
que mediaron entre Whitefield y los Wesley estuvieron en cierta ocasión a punto
de separarlos; pero habiendo aprendido a ser mansos en la escuela de Cristo, la
tolerancia y el amor fraternal los reconciliaron. No tenían tiempo para
disputarse cuando en derredor suyo abundaban el mal y la iniquidad y los
pecadores iban hacia la ruina.
Los siervos de Dios tuvieron que recorrer un
camino duro. Hombres de saber y de talento empleaban su influencia contra
ellos. Al cabo de algún tiempo muchos de los eclesiásticos manifestaron
hostilidad resuelta y las puertas de la iglesia se cerraron a la fe pura y a
los que la proclamaban. La actitud adoptada por los clérigos al denunciarlos
desde el púlpito despertó los elementos favorables a las tinieblas, la
ignorancia y la iniquidad. Una y otra vez, Wesley escapó a la muerte por [301] algún milagro de la misericordia de Dios.
Cuando la ira de las turbas rugía contra él y parecía no haber ya modo de
escapar, un ángel en forma de hombre se le ponía al lado, la turba retrocedía,
y el siervo de Cristo salía ileso del lugar peligroso.
Hablando él de cómo se salvó de uno de estos
lances dijo: "Muchos trataron de derribarme mientras descendíamos de una
montaña por una senda resbalosa que conducía a la ciudad, porque suponían, y
con razón, que una vez caído allí me hubiera sido muy difícil levantarme. Pero
no tropecé ni una vez, ni resbalé en la pendiente, hasta lograr ponerme fuera
de sus manos.... Muchos quisieron sujetarme por el cuello o tirarme de los
faldones para hacerme caer, pero no lo pudieron, si bien hubo uno que alcanzó a
asirse de uno de los faldones de mi chaleco, el cual se le quedó en la mano,
mientras que el otro faldón, en cuyo bolsillo guardaba yo un billete de banco,
no fue desgarrado más que a medias.... Un sujeto fornido que venía detrás de mí
me dirigió repetidos golpes con un garrote de encina. Si hubiera logrado
pegarme una sola vez en la nuca, se habría ahorrado otros esfuerzos. Pero
siempre se le desviaba el golpe, y no puedo explicar el porqué, pues me era
imposible moverme hacia la derecha ni hacia la izquierda.... Otro vino
corriendo entre el tumulto y levantó el brazo para descargar un golpe sobre mí,
se detuvo de pronto y sólo me acarició la cabeza, diciendo: '¡Qué cabello tan
suave tiene!'. . .
Los primeros que se convirtieron fueron los
héroes del pueblo, los que en todas las ocasiones capitanean a la canalla, uno
de los cuales había ganado un premio peleando en el patio de los osos....
"¡Cuán suave y gradualmente nos prepara
Dios para hacer su voluntad! Dos años ha, pasó rozándome el hombro un pedazo de
ladrillo. Un año después recibí una pedrada en la frente. Hace un mes que me
asestaron un golpe y hoy por la tarde, dos; uno antes de que entrara en el
pueblo y otro después de haber salido de él; pero fue como si no me hubieran
tocado; pues si bien un desconocido me dio un golpe en el pecho con todas sus
fuerzas y el otro en la boca con tanta furia que la [302]
sangre brotó inmediatamente, no sentí más dolor que si me hubieran dado con una
paja." —Juan Wesley, Works, tomo 3, págs. 297, 298.
Los metodistas de aquellos días —tanto el
pueblo como los predicadores— eran blanco de escarnios y persecuciones, tanto
por parte de los miembros de la iglesia establecida como de gente irreligiosa
excitada por las calumnias inventadas por esos miembros. Se les arrastraba ante
los tribunales de justicia, que lo eran sólo de nombre, pues la justicia en
aquellos días era rara en las cortes. Con frecuencia eran atacados por sus
perseguidores. La turba iba de casa en casa y les destruía los muebles y lo que
encontraban, llevándose lo que les parecía y ultrajando brutalmente a hombres,
mujeres y niños. En ocasiones se fijaban avisos en las calles convocando a los
que quisiesen ayudar a quebrar ventanas y saquear las casas de los metodistas,
dándoles cita en lugar y hora señalados. Estos atropellos de las leyes divinas
y humanas se dejaban pasar sin castigo. Se organizó una persecución en forma
contra gente cuya única falta consistía en que procuraban apartar a los
pecadores del camino de la perdición y llevarlos a la senda de la santidad.
Refiriéndose Juan Wesley a las acusaciones
dirigidas contra él y sus compañeros, dijo: "Algunos sostienen que las
doctrinas de estos hombres son falsas, erróneas e hijas del entusiasmo; que son
cosa nueva y desconocida hasta últimamente; que son cuaquerismo, fanatismo o
romanismo. Todas estas pretensiones han sido cortadas de raíz y ha quedado bien
probado que cada una de dichas doctrinas es sencillamente doctrina de las
Escrituras, interpretada por nuestra propia iglesia. De consiguiente no pueden
ser falsas ni erróneas, si es que la Escritura es verdadera." "Otros
sostienen que las doctrinas son demasiado estrictas; que hacen muy estrecho el
camino del cielo, y ésta es en verdad la objeción fundamental (pues durante un
tiempo fue casi la única) y en realidad se basan implícitamente en ella otras
más que se presentan en varias formas. Sin embargo, ¿hacen el camino del cielo [303] más estrecho de lo que fue hecho por el
Señor y sus apóstoles ? ¿Son sus doctrinas más estrictas que las de la Biblia?
Considerad sólo unos cuantos textos: 'Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas....
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.' 'Mas yo os digo, que toda palabra ociosa
que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.' 'Si pues
coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios.'
"Si su doctrina es más estricta que esto,
son dignos de censura; pero en conciencia bien sabéis que no lo es. Y ¿quién
puede ser menos estricto sin corromper la Palabra de Dios? ¿Podría algún
mayordomo de los misterios de Dios ser declarado fiel si alterase parte
siquiera de tan sagrado depósito?— No; nada puede quitar; nada puede suavizar;
antes está en la obligación de manifestar a todos: 'No puedo rebajar las
Escrituras a vuestro gusto. Tenéis que elevaros vosotros mismos hasta ellas o
morir para siempre.' El grito general es: '¡Qué faltos de caridad son estos
hombres!' ¿Que no tienen caridad? ¿En qué respecto? ¿No dan de comer al
hambriento y no visten al desnudo? 'No; no es éste el asunto, que en esto no
faltan; donde les falta caridad es en su modo de juzgar, pues creen que ninguno
puede ser salvo a no ser que siga el camino de ellos.' " —Id., tomo 3,
págs. 152, 153.
El decaimiento espiritual que se había dejado
sentir en Inglaterra poco antes del tiempo de Wesley, era debido en gran parte
a las enseñanzas contrarias a la ley de Dios, o antinomianismo. Muchos
afirmaban que Cristo había abolido la ley moral y que los cristianos no tenían
obligación de observarla; que el creyente está libre de la "esclavitud de
las buenas obras." Otros, si bien admitían la perpetuidad de la ley,
declaraban que no había necesidad de que los ministros exhortaran al pueblo a
que obedeciera los preceptos de ella, puesto que los que habían sido elegidos
por Dios para ser salvos eran "llevados por el impulso irresistible de la
gracia divina, a practicar [304] la
piedad y la virtud," mientras los sentenciados a eterna perdición,
"no tenían poder para obedecer a la ley divina."
Otros, que también sostenían que "los
elegidos no pueden ser destituídos de la gracia ni perder el favor divino"
llegaban a la conclusión aun más horrenda de que "sus malas acciones no
son en realidad pecaminosas ni pueden ser consideradas como casos de violación
de la ley divina, y que en consecuencia los tales no tienen por qué confesar
sus pecados ni romper con ellos por medio del arrepentimiento."
—McClintock and Strong, Cyclopedia, art. Antinomians. Por lo tanto, declaraban
que aun uno de los pecados más viles "considerado universalmente como
enorme violación de la ley divina, no es pecado a los ojos de Dios,"
siempre que lo hubiera cometido uno de los elegidos, "porque es característica
esencial y distintiva de éstos que no pueden hacer nada que desagrade a Dios ni
que sea contrario a la ley."
Estas monstruosas doctrinas son esencialmente
lo mismo que la enseñanza posterior de los educadores y teólogos populares,
quienes dicen que no existe ley divina como norma inmutable de lo que es recto,
y que más bien la norma de la moralidad es indicada por la sociedad y que ha
estado siempre sujeta a cambios. Todas estas ideas son inspiradas por el mismo
espíritu maestro: por aquel que, hasta entre los seres impecables de los
cielos, comenzó su obra de procurar suprimir las justas restricciones de la ley
de Dios.
La doctrina de los decretos divinos que fija
de una manera inalterable el carácter de los hombres, había inducido a muchos a
rechazar virtualmente la ley de Dios. Wesley se oponía tenazmente a los errores
de los maestros del antinomianismo y probaba que son contrarios a las
Escrituras. "Porque la gracia de Dios que trae salvación a todos los
hombres, se manifestó." "Porque esto es bueno y agradable delante de
Dios nuestro Salvador; el cual quiere que todos los hombres sean salvos, y que
vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un Dios, asimismo un mediador
entre Dios y los hombres, [305]
Jesucristo hombre; el cual se dio a sí mismo en precio del rescate por
todos." (Tito 2: 11; 1 Timoteo 2: 3 - 6.) El Espíritu de Dios es concedido
libremente para que todos puedan echar mano de los medios de salvación. Así es
cómo Cristo "la Luz verdadera," "alumbra a todo hombre que viene
a este mundo." (S. Juan 1: 9.) Los hombres se privan de la salvación
porque rehusan voluntariamente la dádiva de vida.
En contestación al aserto de que a la muerte
de Cristo quedaron abolidos los preceptos del Decálogo juntamente con los de la
ley ceremonial, decía Wesley: "La ley moral contenida en los diez
mandamientos y sancionada por los profetas, Cristo no la abolió. Al venir al
mundo, no se propuso suprimir parte alguna de ella. Esta es una ley que jamás
puede ser abolida, pues permanece firme como fiel testigo en los cielos....
Existía desde el principio del mundo, habiendo sido escrita no en tablas de
piedra sino en el corazón de todos los hijos de los hombres al salir de manos
del Creador. Y no obstante estar ahora borradas en gran manera por el pecado
las letras tiempo atrás escritas por el dedo de Dios, no pueden serlo del todo
mientras tengamos conciencia alguna del bien y del mal. Cada parte de esta ley
ha de seguir en vigor para toda la humanidad y por todos los siglos; porque no
depende de ninguna consideración de tiempo ni de lugar ni de ninguna otra
circunstancia sujeta a alteración, sino que depende de la naturaleza de Dios
mismo, de la del hombre y de la invariable relación que existe entre uno y
otro.
" 'No he venido para abrogar, sino a
cumplir.' . . . Sin duda quiere [el Señor] dar a entender en este pasaje —según
se colige por el contexto— que vino a establecerla en su plenitud a despecho de
cómo puedan interpretarla los hombres; que vino a aclarar plenamente lo que en
ella pudiera haber de obscuro; vino para poner de manifiesto la verdad y la
importancia de cada una de sus partes; para demostrar su longitud y su anchura,
y la medida exacta de cada mandamiento que la ley contiene y al mismo tiempo la
altura y la profundidad, la [306]
inapreciable pureza y la espiritualidad de ella en todas sus secciones."
—Wesley, sermón 25.
Wesley demostró la perfecta armonía que existe
entre la ley y el Evangelio. "Existe, pues, entre la ley y el Evangelio la
relación más estrecha que se pueda concebir. Por una parte, la ley nos abre
continuamente paso hacia el Evangelio y nos lo señala; y por otra, el Evangelio
nos lleva constantemente a un cumplimiento exacto de la ley. La ley, por
ejemplo, nos exige que amemos a Dios y a nuestro prójimo, y que seamos mansos,
humildes y santos. Nos sentimos incapaces de estas cosas y aun más, sabemos que
'a los hombres esto es imposible;' pero vemos una promesa de Dios de darnos ese
amor y de hacernos humildes, mansos y santos; nos acogemos a este Evangelio y a
estas alegres nuevas; se nos da conforme a nuestra fe; y 'la justicia de la ley
se cumple en nosotros' por medio de la fe que es en Cristo Jesús....
"Entre los más acérrimos enemigos del
Evangelio de Cristo —dijo Wesley,— se encuentran aquellos que 'juzgan la ley'
misma abierta y explícitamente y 'hablan mal de ella;' que enseñan a los
hombres a quebrantar (a disolver, o anular la obligación que impone) no sólo
uno de los mandamientos de la ley, ya sea el menor o el mayor, sino todos ellos
de una vez. . . . La más sorprendente de todas las circunstancias que acompañan
a este terrible engaño, consiste en que los que se entregan a él creen que
realmente honran a Cristo cuando anulan su ley, y que ensalzan su carácter
mientras destruyen su doctrina. Sí, le honran como le honró Judas cuando le dijo:
'Salve, Maestro. Y le besó.' Y él podría decir también a cada uno de ellos:
'¿Con beso entregas al Hijo del hombre?' No es otra cosa que entregarle con un
beso hablar de su sangre y despojarle al mismo tiempo de su corona; despreciar
una parte de sus preceptos, con el pretexto de hacer progresar su Evangelio. Y
en verdad nadie puede eludir el cargo, si predica la fe de una manera que
directa o indirectamente haga caso omiso de algún aspecto de la obediencia: si
predica a Cristo de un modo [307] que
anule o debilite en algo el más pequeño de los mandamientos de Dios."
—Id., sermón 35.
Y a los que insistían en que "la
predicación del Evangelio satisface todas las exigencias de la ley,"
Wesley replicaba: "Lo negamos rotundamente. No satisface ni siquiera el
primer fin de la ley que es convencer a los hombres de su pecado, despertar a
los que duermen aún al borde del infierno." El apóstol Pablo dice que
"por medio de la ley es el conocimiento del pecado," "y mientras
no esté el hombre completamente convencido de sus pecados, no puede sentir
verdaderamente la necesidad de la sangre expiatoria de Cristo.... Como lo dijo
nuestro Señor, 'los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.' Es
por lo tanto absurdo ofrecerle médico al que está sano o que cuando menos cree
estarlo. Primeramente tenéis que convencerle de que está enfermo; de otro modo
no os agradecerá la molestia que por él os dais. Es igualmente absurdo ofrecer
a Cristo a aquellos cuyo corazón no ha sido quebrantado todavía." —Ibid.
De modo que, al predicar el Evangelio de la
gracia de Dios, Wesley, como su Maestro, procuraba "engrandecer" la
ley y hacerla "honorable." Hizo fielmente la obra que Dios le
encomendara y gloriosos fueron los resultados que le fue dado contemplar. Hacia
el fin de su larga vida de más de ochenta años —de los cuales consagró más de
medio siglo a su ministerio itinerante— sus fieles adherentes sumaban más de
medio millón de almas. Pero las multitudes que por medio de sus trabajos fueron
rescatadas de la ruina y de la degradación del pecado y elevadas a un nivel más
alto de pureza y santidad, y el número de los que por medio de sus enseñanzas
han alcanzado una experiencia más profunda y más rica, nunca se conocerán hasta
que toda la familia de los redimidos sea reunida en el reino de Dios. La vida
de Wesley encierra una lección de incalculable valor para cada cristiano.
¡Ojalá que la fe y la humildad, el celo incansable, la abnegación y el
desprendimiento de este siervo de Cristo se reflejasen en las iglesias de hoy! [308]
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